martes, 22 de septiembre de 2009

El monstruo que hemos despertado

(...)De imprevisto aquéllo se presenta como un poder, como una fuerza misteriosa y temible que se ha provocado deliberadamente. "He provocado al monstruo", me digo. ¿Qué monstruo? El que está afuera, agazapado en un barranco o el que está agazapado en el pliegue de nuestra conciencia. Un monstruo que en cierto momento despierta —porque lo hemos despertado— y no sabemos lo que va a exigir de nosotros. La convicción de estar frente a una fuerza invisible y todopoderosa, provoca miedo. El que ha sentido Michaux y el que sienten los huicholes. Tienen miedo de volverse locos, o mejor dicho, miedo al miedo de enloquecer. De cualquier modo para los civilizados o los primitivos, es un "miedo abyecto". El cerebro se defiende del peligro de ser violado secretando horror. Claro, no se piensa en ese trabajo instintivo que intenta preservar la intimidad del yo. El terror, simplemente, está en un lugar indeterminado. Es un gran dios o una gran potencia nefanda. Nada se sabe de su naturaleza. Lo ve todo, lo sabe todo, está en todas partes. Entre él y nosotros se ha establecido una relación misteriosa. Ignoramos por qué nos juzga. Por qué nos amenaza. Ah, si al menos desapareciera el terror yo podría entender la verdad que se me está revelando, penetrar en el misterio de la vida, pero el miedo me lo impide.

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Mi "yo" se extiende sobre los árboles, las peñas, los abismos, los hombres, los venados azules, las águilas, los pájaros nocturnos, los templos de los hechiceros que agitan sus muvieris embrujados. Le es dada unidad. Oreja inmensa percibe el rumor del viento en las hojas nuevas de los robles, el sonido acompasado de los pies de los danzantes que golpean la tierra para que los dioses los escuchen desde sus moradas subterráneas, las toses de los niños, las historias de Hilario, el gemido acariciante de los violines, la voz de las montañas. Fundido, esparcido en este fragmento de vida, la sensación de formar parte de un gran todo, de abarcarlo en su integrdad, determia un inmenso alivio. El terror ha desaparecido.
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Fernando Benítez, En la tierra mágica del peyote. Capítulo 10: El sacrificio sangriento, editorial Era. 1968

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